Bienaventurado el
pueblo que sabe aclamarte; Andará, oh Jehová, a la luz de Tu rostro. En Tu
nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido. Porque Tú
eres la Gloria de su potencia, y por Tu buena voluntad acrecentarás nuestro
poder. Porque Jehová es nuestro escudo, y nuestro rey es el Santo de Israel
(Salmo 89:15-18).
Dios es tardo para la ira
y pronto a la misericordia, castiga hasta la cuarta generación, pero perdona,
hasta la milésima. La piedad y la fidelidad son dos
atributos de Dios que permanecen por siempre, y, por tanto, son indefectibles y
aplicables a todas las situaciones.
Dios es el mismo de los tiempos antiguos,
cuando protegía a Su pueblo; por consiguiente, no puede abandonarlo cuando éste
se halle en situaciones críticas. La fidelidad de Dios a Sus promesas tiene sus
cimientos en los cielos, que son inconmovibles; por eso, Sus promesas llevan el
sello de la estabilidad inalterable. Y entre ellas sobresale la declarada a
David.
Jehová ha empeñado, pues,
Su Palabra de garantizar la permanencia de la dinastía davídica, y esto llena
de esperanza al salmista, porque sabe que las palabras de Su Dios son
inconmovibles. Los destinos, pues, del pueblo israelita están en buenas manos,
y asegura la permanencia de los suyos.
Características suyas son
el poder y la fidelidad a sus promesas. Estas son indefectibles, pues se basan
en la omnipotencia divina. Por eso, Dios en estos momentos de crisis mundial
espera que las naciones reflexionen y se vuelvan a Él. Y puedan darse cuenta
que lo han sacado de sus vidas y lo han puesto a un lado. Es necesario que las
naciones entiendan de una vez y por todas de que Dios es Soberano y está por
encima de todos.
Cuando las
naciones aclamen a Dios, reconozcan su condición de pecado, se humillen, y se
vuelva a Él; entonces, Él se convertirá en su escudo y en su Rey.
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