El que habita al
amparo del Altísimo y mora a la sombra del Todopoderoso (Salmo 91:1). Este
salmo expresa que el Fiel se encuentra a la sombra de la protección divina como
el huésped en casa bien abastecida y segura. El Omnipotente pone a disposición
de sus fieles a los ángeles para que les guíen y protejan. Dios no abandona a
los suyos. No hay retribución en la tumba, por eso urge la necesidad de que la
protección divina se extienda en esta vida al fiel.
Hay una promesa fiel para
cada uno de nosotros cuando se nos dice: “Él te librará del lazo del
cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá y debajo de sus
alas estarás seguro. Escudo y adarga es Su verdad. No temerás el terror
nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande es oscuridad, ni
mortandad que el medio del día destruya (Salmo 91:3-6).
Este salmo habla de la
protección dada por Dios al que confía en su providencia. Enfatiza acerca de
las seguridades conferidas a los que confían en Dios. El salmista reconoce la
fidelidad de Dios cuando dice, que debemos de confiar en Dios para evitar no
morir de la peste, la guerra o el hambre, ni estar al abrigo necesariamente de
las desgracias de la vida.
En el caminar cristiano,
esta vida está condicionada a las exigencias de la eterna, y, por lo tanto,
Dios puede permitir que sus fieles sufran aquí toda clase de calamidades, con
tal de preservarlos para el más allá.
Por eso la
Providencia divina vela paternalmente por el fiel que confía en ella, y, en
consecuencia, le salvará siempre de muchas situaciones de peligro.
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