La Importancia de la fe
Ro.1:17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: “Más el justo por la fe vivirá”.
Partiendo de este verso, podemos ver claramente la importancia del elemento fe
en la vida del creyente que decide acercarse al Señor con la firme convicción
de que podrá alcanzar la meta final en su caminata espiritual. Como la define
el Dr. Brian Bailey en su libro Pilares de la Fe: “La fe es el cimiento de
nuestra experiencia Cristiana (Ef.2:8)”, y es también la base para recibir,
desarrollar y avanzar hacia la pureza (2ª.P.1:5-8). Vemos como la define el
apóstol Pablo en el Libro de Hebreos 11:1 “Es pues, la fe la certeza de lo que
se espera, la convicción de lo que no se ve”. A la luz de las Escrituras la fe
juega un papel determinante para poder alcanzar el cumplimiento del propósito
de Dios en cada una de nuestras vidas. Por eso, es necesario acercarse confiadamente
al trono de la gracia… (He.4:16); es decir, con fe. Por esta razón, la fe es un
don de Dios. Veamos algunos aspectos de la fe.
Diferencia entre la fe y el creer
Es
necesario establecer de una manera clara y determinada la diferencia que hay
entre fe y creer. Gramaticalmente, vemos que fe es un sustantivo y creer vemos
claramente que es un verbo. Mientras creer se puede conjugar, fe no tiene
conjugación en nuestra gramática. Cuando me refiero a sustantivo, estoy hablado
de lo que se refiere a una persona, animal, una cosa o una idea. La fe no es
más que una sustancia. Pero como ya he dicho, creer es un verbo. Que a
diferencia de la fe, indica acción o un estado del ser; algo que podemos hacer.
Cuando pensamos en creer nos estamos refiriendo a una acción. Estamos hablando
de asumir la posición de aceptar y tener plena confianza en lo que el Señor
dice. Esta actitud involucra al corazón; sin embargo, notamos que la fe es una
sustancia.
Con
un ejemplo podemos ver claramente la diferencia. Veamos el caso de Pedro cuando
le pidió al Señor que le permitiera caminar sobre el mar. Dice la Palabra lo
siguiente: Mt.14:29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo
Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Todo iba bien hasta ese momento, sin embargo,
dicen las Escrituras: Mt.14:30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y
comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Notamos claramente
que Pedro tenía la fe que el Señor le dio para poder caminar sobre las aguas,
pero la duda impidió que él pudiera mantenerse por encima de las circunstancias
que le amenazaban. ¿Es nuestra fe suficiente? De ninguna manera. Por eso el
Señor le dice: Mt.14:31… ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Pedro creía con
todo su corazón que podía hacerlo, no obstante, vemos que le faltó fe para
mantenerse. Jesús pudo ver su falta de fe y reprochó a Pedro por esta acción de
no creer lo suficiente. Necesitaba que
Jesús impartiera la fe a su corazón para que pudiera mantener no importando los
fuertes vientos que lo azotaban.
Creer lo que Dios dice
Es sumamente importante que tengamos la capacidad para creer lo que dice Dios cuando nos habla. No obstante, podemos ver que tan solo con creer no se genera, no se realiza, no se provoca el milagro que muchas veces deseamos. Creemos que Dios salva, pero la salvación no se realiza hasta que Dios ha puesto la fe suficiente dentro de nuestro corazón. Cito Hch.6:31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tú casa. Cuando Dios pone fe en nuestro corazón; entonces, se produce el milagro.
Debemos de entender que el creer solamente no
puede producir milagros, porque cuando creemos, estamos produciendo un acto de
nuestra propia voluntad; pero la fe no, porque es divina. En resumen, la fe es
una sustancia; sin embargo, el creer es realmente una actitud del corazón. El
creer nos corresponde a nosotros como responsables, accionando en un acto de
voluntad propia. Pero dependerá de Dios darnos la fe suficiente si está en Su
soberana voluntad. Creer es responsabilidad nuestra. Sin embargo, depende de
Dios el querer darnos fe.
Diferencia entre la fe y el fruto de la fe
Entre el don de fe y el fruto de fe existe una
diferencia muy basta. Si miramos a la luz de la Biblia, el don de fe se refiere
específicamente a los milagros, sanidades y a la manifestación del poder de
Dios. Pero el fruto de fe está íntimamente ligado con nuestro carácter y la relación
que tenemos con el Señor. El don de fe es mejor conocido como “fe en acción”.
El diagrama de los ocho pasos hacia la perfección y el poder, nos muestra que
el fruto de fe es necesario para poder alcanzar la salvación. Pero vemos
también al ascender en el lado izquierdo, que alcanzamos el amor, que es la
cima de la perfección y la madurez cristiana.
Fluyendo en el Don de Fe
El Señor no nos manda a
quedarnos en la cima del monte, sino que debemos descender al otro lado, el
cual representa nuestro ministerio y nuestra capacidad de poder fluir en el don
de fe. Vemos el ejemplo de Cristo que no se quedó en el monte de
Transfiguración, sino que bajó para proveer para las necesidades de la multitud
que estaba en el valle (Mr.9.14-29; Lc.9.37-43). Y vemos que fue después que él
descendió del monte que pudo hablar del poder extraordinario del don de fe y
del poder que tiene Dios para nuestras vidas. Después que se ha alcanzado el
amor en la cima del monte; entonces, hay que ver que ese amor puede hacer que
el don de fe empiece a fluir y comience a obrar en nuestras vidas. Por el fruto
de fe somos conducidos al amor, el cual es capaz de liberar el don de fe para
que opere en nuestras vidas. Vemos entonces, a Pablo hablar de la fe que obra
por el amor (1ªCo.13:13). Podemos ver que a través del corazón compasivo de Jesús
fluyó virtud para sanidad de la gente (Mt.15:32). Porque el amor moraba dentro
de Su corazón notamos que Él pudo liberar fe para sanar a la gente.
El Don de Fe como fruto del Espíritu
Como
el don de fe es uno de los nueve frutos del Espíritu Santo de los que Pablo
habla en Corintios, así el fruto de la fe es también uno de los nueve frutos
del Espíritu Santo que nos habla Gálatas. (Ef.4:7; 4:12). El apóstol Pablo nos
habla claramente y nos enseña cual es el equilibrio correcto que debemos de
tener: Seguir el amor y procurar los dones (1ªCo.12:1; 12:31; 13:2). La
verdadera señal de madurez según el apóstol Pablo consiste en gobernar primero
nuestro carácter y luego perseguir el amor; anhelando con un gran deseo los
dones espirituales con la finalidad de poder servir a otros.
La fe no es solamente un don, sino también un fruto del Espíritu Santo, y por ser un fruto tiene que desarrollarse, y crecer. Tiene diferentes etapas de crecimiento (Mr. 4.13-20; Lc.8.11-15). Estos niveles están representados por: El llevar más fruto a treinta, a sesenta y a ciento por uno. Es comparada con los tres niveles de productividad que Juan describe claramente en el capítulo quince: fruto, más fruto y mucho fruto. Todo esto está relacionado con las diferentes etapas de crecimiento de Marcos 4:28 que nos habla de: La hierba, la espiga y el grano lleno en la espiga. Y finalmente, todo esto lo podemos relacionar con el triple desarrollo del fruto, el cual corresponde a la fe que debe ser necesaria para morar en el Atrio exterior; después la fe necesaria para avanzar al Lugar Santo, y finalmente alcanzar la fe requerida para entrar detrás del velo, hasta llegar al Lugar Santísimo. Estas tres etapas están relacionada e íntimamente ligadas con nuestra vida, y nuestra experiencia cristiana; y esto es una verdad particularmente en todo lo que se refiere al fruto de la fe.
Esto
se explica de la siguiente manera; cuando nacemos de nuevo, tenemos el
privilegio de recibir la fe de Dios en nuestro corazón en forma de semilla de
mostaza (Mr.4.30-32; Lc.13.18-19). No debemos vivir toda la vida como una
semilla de fe; aspiramos que nuestra fe crezca y que llegue a la madurez hasta
convertirse en un árbol fuerte y grande que dé muchos frutos para Dios y Su
reino (el fruto de la fe).
Alcanzando la Madurez
En
conclusión, al examinar los diferentes aspectos de la fe encontramos que: La fe
es una sustancia. En la versión NTRV58 se define la fe como: He.11:1 Es pues la
fe la sustancia de las cosas que se
esperan, la demostración de las cosas que no se ven. Sin embargo, creer es una
acción, una decisión de aceptar y tener la plena confianza en todo lo que el
Señor dice. Es una actitud que involucra al corazón. La fe es el fundamento de
nuestra experiencia cristiana y la base para recibir, desarrollar y avanzar a
la pureza. Creer es un verbo, un estado del ser; lo que hacemos.
El
don de la fe se diferencia del fruto de la fe. Porque el don de la fe se
refiere específicamente a milagros, sanidades y al poder de Dios obrando,
mientras el fruto está relacionado con nuestro carácter y nuestra relación con
Dios. Necesitamos desarrollarnos hasta llegar a la madurez espiritual sin la
cual no alcanzaremos la estatura del Perfecto.
La
fe depende básicamente de creer, ella nos prepara para la fe. Debemos de creer
cuando Dios nos habla. Y confesar con nuestra boca lo que Dios no ha
hablado. Hay una condición que tiene que
cumplirse de una manera efectiva, porque para tener fe, Dios tiene que
dárnosla. Porque viene de lo alto, es divina y de la única manera que podemos
tener fe es si Él nos la da, porque nosotros no podemos producirla. He.11:6
“Pero
sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a
Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
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